Mi amigo el tlacuache
Sergio Cuevas García
Instituto de Energías Renovables, UNAM
Las historias de tlacuaches no son extrañas en Morelos. De manera casi cotidiana, convivimos con estos mamíferos, los únicos marsupiales existentes en México. Se han adaptado en forma sorprendente a la vida urbana, ocupan los más reducidos y escasos espacios verdes que hemos dejado libres. Es común observarlos en los jardines o en los patios de las casas: caminan apaciblemente, trepan por los árboles y las bardas o hurgan aquí y allá en busca de comida. Seguramente las barrancas de Cuernavaca, a pesar de la contaminación que les hemos impuesto, son un oasis para esta y otras especies.
A finales de agosto de 2020, en plena pandemia, después de una tormenta nocturna, cercana al diluvio universal encontré por la mañana a una cría de tlacuache en mi jardín, que seguramente tuvo el infortunio de caer del lomo de su madre. Empapada e inmóvil, no alcanzaba siquiera los 10 centímetros de longitud. La creí muerta y al levantarla, un leve movimiento me hizo advertir que no lo estaba. Después de secarla y exponerla al sol, pareció recobrarse y continuó durmiendo plácidamente. Gracias a los consejos de un buen amigo veterinario, logré alimentarla y criarla durante tres meses, pasando mi amigo tlacuache varias horas al día, mientras su tamaño lo permitió, dentro de las mangas de mi camisa o en las bolsas de mi chamarra, supliendo en lo posible el calor de la mamá perdida. Mi estancia en casa debido a la pandemia contribuyó a su cuidado, que probablemente no habría podido brindarle en circunstancias normales. La cercanía con él, a quien nombré Gusi, me permitió descubrir aspectos sorprendentes de su fisonomía y me llevó a investigar algunos datos curiosos sobre estos marsupiales que, de acuerdo con registros fósiles, han habitado la Tierra desde hace aproximadamente 60 millones de años, llegando hasta nuestros días sin haber cambiado demasiado su morfología.
Gusi creciendo en la chamarra de su amigo humano.
Marsupiales mexicanos
Los tlacuaches, también conocidos como zarigüeyas, pertenecen a la familia Didelphidae que incluye a más de 90 especies de marsupiales que habitan en el continente americano, ocho de ellas se encuentran en México y una en los Estados Unidos [1]. La especie que encontramos en Morelos y en la mayor parte de México es la Didelphis virginiana [2]. Como todos los marsupiales, las hembras tienen una bolsa o marsupio que guarda y protege a las crías lactantes. Su periodo de gestación es mucho más corto (entre 12 y 13 días) que el de los mamíferos comunes (placentarios), pues las crías nacen como embriones (de alrededor de 12 mm) y continúan su desarrollo durante cerca de 50 días dentro del marsupio al que llegan sin ayuda escalando la piel de la mamá con sus muy bien desarrolladas patas delanteras. Cuando se han desarrollado lo suficiente trepan al lomo de la madre por lo que se puede ver a una tlacuacha transportando ocho o nueve crías, aunque se han reportado hasta 21 crías por nacimiento [2]. Se independizan completamente de la madre después de 3 a 5 meses. Su metabolismo es más lento que el de otros mamíferos comunes de igual tamaño y su temperatura corporal es más variable. Con excepción de la época de apareamiento, son animales solitarios y de hábitos fundamentalmente nocturnos, con un período de mayor actividad entre las once de la noche y las dos de la mañana. Su cuerpo sin cola mide entre 25 y 50 cm y pesa entre 1 y 3 kg. Tienen cinco dedos en cada extremidad y todos desiguales en longitud [3], además de una cola prensil, peluda en la base y descubierta de pelo en el resto, y pulgares oponibles sin garras en las patas traseras, adaptaciones que los hacen ágiles trepadores, lo que comprobé en diversas ocasiones. De hecho, sus manos, parecidas a las de los humanos, son muy hábiles. Un poco más de la mitad de la cola cercana al cuerpo es negra mientras que el resto es blanca; la longitud total de la cola es aproximadamente igual que la de su cuerpo. Comúnmente, su lomo es grisáceo y su pelo largo y áspero lo que impide que escape el calor [4]. En Gusi pude observar cómo sus grandes orejas descubiertas de pelo pasaron de un color blanco a ser negras con una delgada línea blanca en la punta. En su cara larga y puntiaguda de color pálido, sus ojos negros resaltan notablemente.
Alcanzan su madurez sexual entre los 6 y 8 meses y solo tienen 2 años de actividad reproductiva, pues muy pocos tlacuaches sobreviven más allá del tercer año de vida [2]. Las hembras abundan más que los machos, en una proporción de dos a uno [4]. Como pude verificar sin duda alguna, su dieta es omnívora y les encantan los insectos, particularmente las cucarachas por lo que ayudan a controlar las plagas. También consumen pequeños vertebrados, frutas, semillas y desperdicios de comida. La flexibilidad en sus hábitos alimenticios les ha permitido colonizar con éxito muy diversas regiones, incluidos los entornos humanos. Establecen sus madrigueras en huecos naturales o entre la vegetación tupida. En situaciones de combate o defensa emiten silbidos, chillidos y gruñidos. Ocasionalmente, los tlacuaches emplean una táctica de defensa pasiva llamada tanatosis, permaneciendo inertes y expeliendo un olor desagradable, fingiendo estar muertos para evitar a sus posibles enemigos [2,4]. No está por demás decir que son totalmente inofensivos y que nada tienen que ver con los roedores. Se ha reportado que los tlacuaches son resistentes al veneno de ciertas serpientes [4,5] e incluso se ha investigado la posibilidad de producir un antiveneno a partir de sus aminoácidos [6].
Un pequeño ladrón mitológico en la cultura prehispánica
El nombre tlacuache proviene del náhuatl tlacuatzin (tla, fuego; cua, mordisquear, comer; y tzin, chico) que significa “el pequeño que come fuego” [4]. En los mitos prehispánicos el tlacuache era un viejo sabio al que le gustaba la fiesta, el pulque y el mezcal y partió a la cima de la montaña en busca del maíz y del fuego que estaban al resguardo de los Dioses. Robó el maíz y lo pintó de los colores del día y la noche. También robo el fuego, se quemó la cola y le quedó pelona y escondió una brasa en su marsupio engañando a la guardiana. Cuando ésta lo descubrió, lo golpeó e hizo pedazos. Ya muerto, el tlacuache reunió sus pedazos, se reconstruyó y renació, por eso aunque a veces parece muerto, en realidad está vivo. Finalmente, el tlacuache entregó a los hombres el fuego y el maiz con lo que empezó la historia [7]. Es justo que los mexicanos cuidemos a este gran amigo.
Gusi explorando su casa humana
Gusi disfrutando de un sillón.
Mi intención era liberar eventualmente a Gusi pero después de tres meses a mi cuidado dudaba que pudiera adaptarse a la vida “silvestre”. Diariamente lo dejaba libre en el jardín, que recorría tranquilamente escondiéndose entre las plantas y regresando a la madriguera que le tenía preparada. Día tras día, las horas de estancia fuera de casa se fueron ampliando hasta que decidí dejarlo pasar la noche en el jardín, colocando su madriguera en un lugar seguro. Durante dos días lo encontré plácidamente dormido, pero al tercer día desapareció. Después de buscarlo por toda la casa, comprendí que había optado por habitar en el terreno baldío contiguo al jardín. Desde entonces, todos los días regresa, por lo regular en la madrugada, a comer lo que le dejo en el lugar donde solía estar su madriguera. A lo largo de estos meses hemos tenido varios agradables encuentros.
Gusi visita de vez en cuando, ya desde la libertad.
Afortunadamente mi historia no es única. Poco a poco me he enterado de amigos o conocidos que han criado a estos visitantes en sus casas e incluso algunos que los han retenido como mascotas, lo que no es recomendable [4]. Así como disfruto la visita de los colibríes u otras aves en mi jardín, celebro la visita de mi amigo tlacuache pues me recuerda que en este territorio nosotros somos los invasores lo que nos obliga a tener empatía con todas las especies, en particular con este amigo cuyos ancestros convivieron con los dinosaurios.
Esta columna se prepara y edita semana con semana, en conjunto con investigadores morelenses convencidos del valor del conocimiento científico para el desarrollo social y económico de Morelos. Desde la Academia de Ciencias de Morelos externamos nuestra preocupación por el vacío que genera la extinción de la Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología dentro del ecosistema de innovación estatal que se debilita sin la participación del Gobierno del Estado.
Referencias
[1] Gerardo Ceballos, Order Didelphimorphia, p.71. En Mammals of Mexico, G. Ceballos (Ed.). John Hopkins University Press, Baltimore, 2014.
[2] Heliot Zarza y Rodrigo A. Medellín, Virginia opossum, pp.76-78. En Mammals of Mexico, G. Ceballos (Ed.). John Hopkins University Press, Baltimore, 2014.
[3] Sergio Ticul Álvarez-Castañeda, Ticul Álvarez, Noé González-Ruiz, Guía para la identificación de los mamíferos en México, John Hopkins University Press, Baltimore, 2017.
[4] Marcela Pérez Escobedo, Verónica Bernal Legaria y Ángel Rodrigo González González
Qué hacer si encuentras un tlacuache, Manual REPSA.indd, 91-97, 2008.
https://www.repsa.unam.mx/documentos/Perez-Escobedo_et_al_2008_tlacua.pdf
[5]Tania Campos, Tlacuache: historia detrás del único marsupial mexicano:
https://www.xataka.com.mx/ecologia-y-naturaleza/tlacuache-asi-es-el-pequeno-y-unico-marsupial-mexicano
[6] Desarrollan un antídoto contra las mordeduras de serpientes desde aminoácidos de la zarigüeya. Europa Press, 2015.
https://www.rtve.es/noticias/20150322/desde-aminoacidos-zariguaya-desarrollan-antidoto-contra-mordeduras-serpientes/1120800.shtml
[7] Ana Paula Ojeda y Juan Palomino, Ladrón de fuego, Ediciones Tecolote, CONACULTA, 2013.